«[?] Que suplicaría en pabellones dorados un voto de silencio, tu silueta recortada en el umbral, el óleo de tus labios bajo los ábsides, y que no consentiría zarzas frías ni muertas, como pábulo a mi dolor y tu ausencia. Que me rendiría a los aromas que son otra forma de muerte, un pretexto de alquimistas, el almizcle de tu sudor, la azucena de tus muslos, los posos temblorosos que difunden tus labios. Y que me quedaría por nombrarte una última vez, como un conjuro o una plegaria, antes de que los bronces se renueven bajo los cielos y en la fina claridad de la noche, de regreso a la nada, fuese tu piel la lujuria del miedo y el bálsamo efímero de una misa sin almas.»