Este es el libro de una mujer sin reparos que se abre en canal buscando su inmolación literaria. Las cosas que en sus páginas se cuentan están grabadas a fuego en la fibra más íntima de la condición femenina y logran la complicidad de todas las mujeres. Carmen Rigalt lo concibió para hablar de la adicción, pero una vez más no hizo caso de los buenos propósitos y habló de sus adicciones. Salió así y así se presenta, en carne cruda, vuelta y vuelta todo lo más. Todo va y viene con una fuerza libre de prejuicios: el amor, el sexo, la angustia, las píldoras, el triunfo, la locura, los hombres. Es un libro personal, escandaloso, sincero, provocador. Una Carmen con tapas, dice ella. La autora no ha necesitado refugiarse en ningún personaje de diseño para hablar de sí misma. Sería una impostura, añade. No se trata de una novela y tampoco de una biografía, si bien tiene elementos de ambos géneros. Es un viaje a las tripas de una mujer que agita la bandera de la independencia. En un paisaje real poblado de nombres reales, Carmen Rigalt recrea su propia novela. El resultado es sorprendente.
Carmen Rigalt se desmelenó profesionalmente ejerciendo el periodismo verité, modalidad en la que cosechó algunos triunfos que ahora quiere olvidar a toda costa. Es escritora, pero prefiere definirse como vividora que se desfoga poniendo adjetivos a sus vivencias. Espera dejar de escribir algún día para dedicarse a su ocupación favorita: la contemplación de los propios sueños. Mientras llega ese momento cultiva el articulismo en el diario El Mundo y entrevista a personajes famosos. Colabora además con diversas revistas y cadenas de televisión. De sus años vividos hasta hoy recuerda que es catalana, que le gustaron las lenguas clásicas y que descubrió el intimismo el mismo día que descubrió la olla exprés. La cotidianidad se ha convertido en su mejor arma combativa. Con su novela "Mi corazón que baila con espigas" quedó finalista del Premio Planeta 1997.