Kengi es el hijo adoptivo de una familia de campesinos. Su máxima ilusión sería convertirse en escriba y sólo así podría ser capaz de leer y escribir, pero sabe perfectamente que en toda la historia de la tierra de Sumer nadie lo ha conseguido. Un día, junto al río, salva de morir ahogado a un rico mercader. Éste, en justa correspondencia, le ofrece darle todo lo que esté en su mano. Kengi pide sólo cosas para los demás miembros de su familia, pero nada para él. El mercader insiste y Kengi le revela su deseo. El noble le habla de la dificultad que eso conlleva, pero consigue que lo acepten en la Casa de las Tablillas por un tiempo, y lo acoge en su propia casa de la capital. En la escuela le asignan un maestro que no está dispuesto a que un campesino llegue a escriba. Por eso, apenas le enseña nada nuevo y le castiga con el látigo siempre que puede. El chico conoce a Ananna, la única muchacha en toda Ur que acude a la Casa de las Tablillas, y, gracias a ella, estudia todo lo que su maestro no le enseña. Cuando llega el momento del examen, Kengi demuestra todo lo que sabe y puede continuar en la escuela.