Aunque los ?Apuntes de un cazador? (1852) marcan el inicio de la obra de Iván Serguéievich Turgéniev, el efecto que tuvo este libro sobre el público de la época fue inmenso: por un lado, dio a conocer el paisaje y la vida rural rusa; por otro, mostró la grave situación de los siervos de la gleba, que, gracias a él, mejoraron sus condiciones de vida. Pero el conjunto de estos relatos va más allá de sus rasgos sociales, al alcanzar una perfección estilística incomparable que, lejos de cualquier idealización o sentimentalismo, tan característicos en la literatura de su época, se concentra en una aguda observación de la vida, que deja traslucir, sin perder un ápice de su frescura, toda la profunda belleza de una sobrecogedora naturaleza virgen.
Los tres primeros cuentos de este volumen nos sumergen en el misterio primordial del corazón del bosque, con su mágico ambiente siempre exacerbado por las fábulas mitológicas que allí se cuentan y por los inefables personajes que lo habitan. El cuarto es un rápido y vivo apunte que juega con la sorpresa de una situación tensa. Entre los dos relatos que cierran esta selección median casi dos décadas. Su historia se desarrolla a lo largo de varios años, lo cual permite contemplar la evolución de sus dos personajes tragicómicos con toda su hondura y complejidad dramática. Según José Manuel Prieto, autor del prólogo, ambos apuntan a la perfección artística que Turguéniev alcanzará en las obras mayores de su madurez.
(Oriol, Rusia, 1818 - Bougival, Francia, 1883) encarna la voluntad del hombre para sobreponerse al determinismo familiar y social y ser dueño de su propio destino. El autor de Padres e hijos mantuvo siempre la confianza en un diálogo fluido con el legado de la Ilustración. Con Lluvias primaverales (1872) alcanzó la más depurada fórmula de su personal visión del amor como motor de la humanidad.