Los vínculos de cuidado y afecto entre los seres vivos son fundamentales para la supervivencia y la procreación. Pero ¿cómo funcionan? ¿Cuáles son los mensajes, señales y signos que los crean? Tanto las relaciones entre padres e hijos como la atracción entre los sexos se basan en sutiles percepciones y emisiones de señales que a menudo quedan «grabadas» para toda la vida en la memoria más profunda. En su exploración de los complejos mecanismos de los vínculos, Boris Cyrulnik atiende particularmente a la amplia gama de señales que fundan el vínculo con la madre, entre ellas el misterioso mecanismo de la sonrisa. Curiosamente, ésta no es una respuesta halagüeña a los esfuerzos de la mamá, sino un gesto facial provocado por una sustancia bioquímica. Esta cooperación entre señales bioquímicas y lenguaje signos, gestos y voces también puede observarse en la gran variedad de cuidados que no sólo las madres, sino también los padres de muchas especies animales, dispensan a sus crías. Sólo entre los humanos hace falta algo más que la conducta de la paternidad biológica: la función paterna simbólica que está en la raíz de nuestra existencia como seres culturales. Cyrulnik responde también a la recurrente pregunta: ¿Por qué escogí precisamente a este hombre o a esta mujer? Este interrogante apunta a nuestra necesidad de inventar vínculos con «extraños» para evitar el incesto. Pero justamente en esta búsqueda de individuos «diferentes» a los familiares, se puede observar con sorpresa cuánta astucia empleamos en recrear sin pensarlo el sistema de señales que sostiene nuestros vínculos familiares. La gran riqueza de investigaciones y observaciones inéditas sobre los secretos de nuestros vínculos apasionará a psicólogos, antropólogos y etólogos lo mismo que a cualquier lector que desee comprender los secretos de nuestra conducta y del complejo sistema de signos y señales que la caracterizan.
Boris Cyrulnik. Nacido en Burdeos en 1937 en una familia judía, sufrió la muerte de sus padres en un campo de concentración nazi del que él logró huir cuando sólo tenía 6 años. Tras la guerra, deambuló por centros de acogida hasta acabar en una granja de la Beneficencia. Por suerte, unos vecinos le inculcaron el amor a la vida y a la literatura y pudo educarse y crecer superando su pasado.
No es ni mucho menos gratuito que el Dr. Cyrulnik haya indagado tan a fondo en el trauma infantil: con siete años vio cómo toda su familia, emigrantes judíos de origen ruso, eran deportados a campos de concentración de los que nunca regresaron. "No es fácil para un niño saber que le han condenado a muerte". Era el típico caso perdido, un "patito feo" condenado a llegar a la edad adulta convertido en un maltratador, un delincuente o un tarado.
Boris Cyrulnik se transformó en un neuropsiquiatra, psicoanalista y estudioso de la etología, siendo uno de los fundadores de la etología humana.