Miguel de Unamuno (1864-1936) dejó plasmada en sus cuentos toda la heterodoxia, toda la libertad creativa y toda la coherencia de pensamiento por las que se le reconoce como uno de los autores fundamentales de la literatura española. Desde una posición estratégica a caballo entre los siglos xix y xx, Unamuno utilizó sus cuentos, entre otras cosas, como excelente material donde desarrollar sus ideas y abordar las obsesiones que continuarían en el resto de su producción literaria. En este volumen anotado y editado por el especialista J. Óscar Carrascosa Tinoco se recogen, hasta reunir el corpus cuentístico del autor vasco, todos los relatos publicados por Unamuno tanto en libros como en las diversas cabeceras periódicas en las que colaboró, así como aquellos que permanecían inéditos. Desde el inaugural «Ver con los ojos», de 1886, hasta «Una tragedia», de 1923, contando con un buen número de cuentos sin fechar, el lector encontrará en esta rigurosa edición casi un centenar de relatos con los que comprobar, o recordar, la altura creativa de Unamuno.
Miguel de Unamuno y Jugo nació en Bilbao en 1864. Fue un hombre singular que tenía, además afán de singularizarse. Desgarrado por la angustia existencial y la pérdida de la fe, se esforzó en sus escritos por suscitar en los demás esas mismas inquietudes. En 1891 toma posesión de la cátedra de griego de la Universidad de Salamanca. Cultivó el ensayo, el artículo, la novela, la poesía y el teatro. Toda su obra constituye un corpus único con absoluta unidad temática y de estilo. Después de unos años de reflexión sobre el tema de España, son los conflictos religiosos y existenciales los que van a ocupar toda su atención: «Del sentimiento trágico de la vida», «La agonía del cristianismo, son creaciones que van en este sentido. Se entrega a la actividad política desde una ideología socialista (aunque muy particular). Su enfrentamiento a la dictadura de Primo de Rivera le costará el ser destituido de su cátedra y la condena al exilio. Después de la caída del dictador(1930), pone fin a su destierro y es recibido como símbolo de la lucha contra la opresión. Acoge favorablemente la república, pero pronto se siente decepcionado y el alzamiento del 18 de julio de 1936 cuenta con su apoyo, pero tampoco transige con los abusos del bando «nacional». Un incidente con Millán Astray provoca una nueva destitución de sus cargos y el arresto domiciliario. Muere de repente el 31 de diciembre de ese mismo año de 1936.