Desde el nacimientos nos dejamos fascinar, hechizar e hipnotizar por el mundo y los otros que nos rodean. ¿Cuál es este poder oculto que nos gobierna y nos obliga a quedar capturados por los gestos, la mirada y la voz de los otros? Esta reacción la compartimos con todos los animales que al nacer necesitan el cuidado de otros para poder sobrevivir.
La fascinación que nos liga a nuestro mundo es un producto de la evolución. Pero, si los animales quedan hechizados por los sentidos cuando perciben el olor, el color o la postura de otros, para los humanos se añade otro tipo de hechizo: los significados que cada uno atribuye a las cosas hechizando, a su vez, el mundo y recreándolo como su mundo mental. Cuando los humanos conversan con otros sobre y desde su representación particular del mundo, no saben cuál es la del otro y, sin embargo, nos sirve para comunicar. Y este mundo puramente mental no está separado de nuestro físico, porque todo nuestro organismo está penetrado por los significados que creamos.
Esta obra ofrece un amplio panorama de los aspectos más sutiles y sorprendentes del comportamiento humano y su desarrollo. Boris Cyrulnik lo compara a cada paso con las conductas de las más diversas especies animales. A la vista de sus asombrosas capacidades y actitudes, sólo recientemente descubiertas y reconocidas, cabe preguntar qué queda aún como lo específicamente humano. El autor intenta responder desde la etología humana a la pregunta por nuestro lugar en el mundo de lo viviente y por nuestro estatuto en este planeta.
Boris Cyrulnik. Nacido en Burdeos en 1937 en una familia judía, sufrió la muerte de sus padres en un campo de concentración nazi del que él logró huir cuando sólo tenía 6 años. Tras la guerra, deambuló por centros de acogida hasta acabar en una granja de la Beneficencia. Por suerte, unos vecinos le inculcaron el amor a la vida y a la literatura y pudo educarse y crecer superando su pasado.
No es ni mucho menos gratuito que el Dr. Cyrulnik haya indagado tan a fondo en el trauma infantil: con siete años vio cómo toda su familia, emigrantes judíos de origen ruso, eran deportados a campos de concentración de los que nunca regresaron. "No es fácil para un niño saber que le han condenado a muerte". Era el típico caso perdido, un "patito feo" condenado a llegar a la edad adulta convertido en un maltratador, un delincuente o un tarado.
Boris Cyrulnik se transformó en un neuropsiquiatra, psicoanalista y estudioso de la etología, siendo uno de los fundadores de la etología humana.