Franz Liszt, considerado como un renovador de formas, es, según Vladimir Jankélévitch, el paladín de la modernidad musical, el que mejor supo expresar, después de Chopin, el nuevo giro estético de la Europa del siglo XIX, opuesta al universalismo abstracto de la sinfonía y al totalitarismo del conservatorio vienés.
Con la afirmación de los derechos nacionales e incluso provinciales, el así llamado salvajismo de la rapsodia da por fin la espalda a la música solemne, y comienza la revolución de la humildad. Liszt, en consonancia con su mundo, dio voz así a lo terreno, igual que Victor Hugo hizo con los miserables y, de este modo, junto a las piezas de Músorgski, Bartók o Albéniz, se fueron abriendo nuevos territorios musicales, comenzó la era de la improvisación.
La obra de Jankélévitch, gran apasionado del compositor húngaro, combina en este estudio la filosofía y la música, y desbroza nuevos paisajes poéticos alrededor de la estética lisztiana, cuyo alcance es, a día de hoy, todavía inconmensurable.
Vladimir Jankélévitch nació en Bourges, Francia. Terminó sus estudios en 1922, y en 1926, fue enviado a Praga como profesor en el Instituto Francés. De vuelta a París en 1932, se doctora en Letras al año siguiente. En 1939, es movilizado y herido un año después. Al abandonar el hospital, entra en la clandestinidad, participando en varios movimientos de la resistencia. Tras ocupar en 1947 su cátedra en Lille, pasa a ser profesor en la Sorbona en 1951, actividad que aún ejerce. Gran amante y estudioso de la música, ha escrito también varios ensayos sobre el tema, entre otros uno publicado recientemente sobre el compositor Frederic Monpou. La mayor parte de su extensa obra filosófica gira entorno a los problemas que conforman la experiencia de la vida cotidiana, como La austeridad y la vida moral (su primer libro en 1956), La aventura, el tedio, lo serio, La ironía, Lo irreversible y la nostalgia, La muerte, El perdón, Lo puro y lo impuro y Lo no sé qué y lo casi nada (3 tomos).