La personalidad peculiar de Emily Dickinson, su mundo y su mente siempre al borde del abismo, marcan su poesía y hacen de ella una de las voces más poderosas y atractivas para el lector moderno. La renuncia al trato con el Otro, el modelamiento del Vacío, la soledad, su ambiguo erotismo (siempre sofocado o soterrado) experimentado ya a través del sufrimiento, ya del éxtasis, son los rasgos distintivos de unos versos siempre inquietantes y heridores, incomprendidos en un mundo patriarcal y dominado por los hombres y deslumbrantes hoy en toda su amarga belleza.
Selección y traducción de Amalia Rodríguez Monroy
La poetisa norteamericana
Emily Dickinson nació en Amherst,
Nueva Inglaterra, en 1830. Estudió en la Academia de Amherst y en el Seminario
Femenino de Mount Holyoke, Massachusetts, donde se formó en un ambiente
calvinista muy rígido, contra el que manifestó un obstinada rebeldía, pero que
impregnó profundamente su extraña concepción de Universo.
Emily
Dickinson se aisló muy pronto del mundo y no admitió, a partir de entonces,
entrar en contacto con nadie que no estuviera a la altura de sus conocimientos
y de sus afectos, como lo estuvieron, por ejemplo, sus cuatro preceptores :
Benjamin Franklin Newton, quien le hizo leer en edad muy temprana a Emerson, y
luego el reverendo Charles Wadsworth, el escritor Samuel Bowles y el Juez Otis
P. Lord, con quienes mantuvo una correspondencia abundante y asidua a la que
hoy recurren todos aquellos que desean ahondar en la aventura espiritual de tan
peculiar personalidad.