LOS POEMAS de Mary Shelley (Londres, Reino Unido, 1797-1851) quedaron en gran parte inéditos en vida de la autora y han permanecido hasta hoy prácticamente desconocidos para el público. No es raro en la historia literaria que el gran éxito de un autor en un género determinado ensombrezca el resto de su obra incluso a sus propios ojos. Pero la enorme calidad de la poesía de Mary Shelley hace necesario conocerla y sacarla a la luz como en muy pocos de esos casos. Dotada de esa extraordinaria intuición solo al alcance de los grandes talentos que antes de cumplir los veinte años la llevó a crear una obra maestra como Frankenstein, Mary Shelley vuelca su dolor, sus recuerdos y su profunda melancolía en unos poemas íntimos, palpitantes y obsesivos, nacidos al calor de una sensibilidad en carne viva, pero también de una mente enérgica e inconformista que desesperadamente busca asideros en el abismo de una existencia trágica. Pero, incluso cuando nos hallamos ante puras destilaciones del dolor más íntimo, los versos de Mary Shelley cuentan con el poso de una madurez creadora que sabe dar serena y sólida arquitectura a la expresión poética, tanto en sus manifestaciones más breves y musicales como en los poemas más extensos y discursivos.
Mary Shelley (1797-1851) es universalmente conocida por ser la autora de Frankenstein o el Moderno Prometeo (1818). Casada con el poeta Percy B. Shelley e hija de los filósofos William Godwin y Mary Wollstonecraft, su producción no se limitó a la mítica novela. Junto a sus poemas, diarios y narraciones breves se deben destacar, entre otras, las novelas El último hombre (1826), Lodore (1835) o Mathilda (1959), la colección de biografías Vida de los científicos y hombres literarios más eminentes de Italia, España y Portugal (1835-1839) o libros de viajes como Historia de una excursión de seis semanas (1817) y Caminatas en Alemania e Italia (1844).