«La guerra nunca termina, ni siquiera cuando se canta victoria». Inherente al ser humano, lo ha acompañado como una sombra a través del tiempo y el espacio. La guerra es, pues, un comportamiento normal.
Pero paradójicamente la guerra es «inhumana»: aunque la lleven a cabo hombres, éstos actúan poseídos por potencias que los rebasan y transforman, potencias que la mitología identificaba con dioses. La guerra tiene vida propia, no está sujeta al control humano, existe sólo para sí: la comprensión de este hecho, ignorado por los modelos habituales, implica el cabal entendimiento de lo que la guerra engendra en los hombres: atracción, culto y, en última instancia, un «terrible amor».
En un mundo en el que la violencia es omnipresente y multiforme, James Hillman concluye que «la guerra es el fundamento del ser, como lo son la muerte y el amor, la belleza y el terror», y que no hay solución racional ante el amor que provoca sino el encauzamiento de éste hacia la pasión estética. No sólo nos aleja de la «ignorancia voluntaria» en que estamos inmersos sino que, al mismo tiempo, nos otorga una novedosa perspectiva para hacer frente a la guerra y la violencia desde sus propias entrañas.
Sigmund Freud (1856-1939) fue un médico y neurólogo austriaco, creador del psicoanálisis y una de las mayores figuras intelectuales del s. XX. Su interés científico inicial como investigador se centró en el campo de la neurología, derivando progresivamente sus investigaciones hacia la vertiente psicológica de las afecciones mentales, de la que daría cuenta en su práctica privada. Estudió en París con el neurólogo francés Jean-Martin Charcot las aplicaciones de la hipnosis en el tratamiento de la histeria. De vuelta en Viena y en colaboración con Joseph Breuer desarrolló el método catártico. Paulatinamente, reemplazó tanto la sugestión hipnótica como el método catártico por la asociación libre y la interpretación de los sueños. De igual modo, la búsqueda inicial centrada en la rememoración de los traumas psicógenos como productores de síntomas, fue abriendo paso al desarrollo de una teoría etiológica de las neurosis más diferenciada. Todo esto se convirtió en el punto de partida del psicoanálisis, al que se dedicó ininterrumpidamente el resto de su vida. Freud postuló la existencia de una sexualidad infantil perversa polimorfa, tesis que causó una intensa polémica en la sociedad puritana de la Viena de principios del siglo XX y por la cual fue acusado de pansexualista. A pesar de la hostilidad que tuvieron que afrontar sus revolucionarias teorías e hipótesis, Freud acabaría por convertirse en una de las figuras más influyentes del siglo XX.